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Conociendo al señor Manuel II
Yo aproveché para darme una ducha, y desayunar, mientras mi marido dormía tras toda la noche trabajando, el señor Manuel seguía descansando tras el esfuerzo y desgaste que había tenido en las últimas horas.
Estaba preparándome para salir a comprar, cuando se levantó nuestro vecino en pantalón de pijama, entrando en la cocina, y me acerqué para darle dos besos y los buenos días.
– Buenos días, María. Hacía tiempo que no me levantaba tan tarde. Lo siento.
– No tiene que sentir nada, es normal, ha tendido mucho desgaste.- Le dije con una pícara sonrisa que le sacó los colores.
Salió de la cocina para ir al baño, y darse una ducha, mientras yo acababa de cambiar las cosas de un bolso a otro, ya arreglada, y a falta únicamente de ponerme las sandalias.
Como el señor Manuel no acababa de ducharse, entré al baño por si necesitaba que le comprara algo. Por acto reflejo se tapó sus partes al verme aparecer.
– Bajo a la calle, si necesita algo.
– Nada. Muchas gracias, hija.
– Pero por qué se tapa, si ya le he visto y tocado eso.
– Perdona, lo he hecho sin pensar y porque está tu marido en casa durmiendo.
– No se preocupe, le dije susurrando.- Y antes de irme, le aparté su mano, y agachándome le di un beso en la punta de su pene.
Cuando llegué a casa, José seguía durmiendo, y el señor Manuel había salido a sus cosas. Así que me cambié de ropa en el baño para no despertar a mi marido, y me fui con mi fresquita camisola a hacer la comida.
Poco antes de la hora de comer, llegó el señor Manuel, y mientras estaba en su cuarto cambiándose de ropa, se levantó José para darse una duchita.
El señor Manuel entró en la cocina, y se puso a colocar la mesa algo nervioso. Entonces yo aproveché para preguntarle por la obra de su piso, y así poco a poco se fue relajando. En esto apareció José, y se metió en la conversación de la reforma de su casa, y todo pareció perder tensión.
La comida fue normal, hablando de cosas banales. Y entre los tres recogimos la cocina para ir a reposar la comida con ese sofocante calor.
El señor Manuel se quedó viendo la tele en el salón, y nosotros nos tumbamos en nuestra cama, aunque no vi a José con mucho sueño tras toda la mañana descansando.
Al llegar al dormitorio tras lavarnos los dientes, en la penumbra por la poca luz que se colaba por la persiana casi bajada del todo, vi como José se desnudaba del todo y se acercaba a mí. Lentamente metió los dedos entre mi pelo acariciando mi nuca, dándome un cálido y largo beso. Mi cuerpo comenzó a calentarse disfrutando de ese maravilloso momento, y, sin darme cuenta, la otra mano de mi marido había subido la camisola hasta sacarla por mi cabeza con una suavidad que apenas rompió ese beso en el momento, mas que el momento en que salía por mi cabeza la prenda. Mis pechos estaban sensibles, y mis pezones rozaban su piel mientras continuaba besándome.
Su mano bajó mi tanga, y se arrodilló para que saliera por mis pies. De rodillas, comenzó a besar mis piernas, y agarrando mis manos, me hizo sentar en la cama, besándome los pechos, y jugando con su lengua en mis pezones, a la vez que daba ligeros mordisquitos en ellos sin llegar a hacerme daño, pero volviéndome loca de placer.
Con suavidad me hizo tumbar, y comenzó a besar mis ingles, pero sin tocar mi sexo. Me estaba torturando, y necesitaba sentir que tocara mi clítoris y vagina, pero continuó con esas suaves caricias de sus labios durante un buen rato, y cada vez me sentía más caliente. Sus manos separaron mis nalgas, y su lengua comenzó a bajar hacia mi ano, sin llegar a tocarlo. Normalmente no me gustaba mucho que hiciera eso, pero estaba tan caliente, que lo estaba disfrutando, y abrí un poco más mis nalgas, a la vez que levantaba mi culo invitándole a que tocara con su lengua mi agujerito.
Así lo comprendió, y la punta de su lengua comenzó a jugar con mi culito. Sentía las caricias en ese lugar con tanta intensidad, y estaba tan relajada, que me dejaba llevar haciendo lo que mi marido quisiera. De repente sentí su dedo tocar mi chorreante vagina, y con ese dedo humedecido por mi calentura, subió hasta mi clítoris. Estaba entregada, José de rodillas en el suelo, yo tumbada en la cama con las piernas abiertas, su lengua abriendo mi ano, y su dedo tocando mi clítoris. Mis jadedos eran incontenibles, y cada vez más fuertes.
Su lengua estaba entrando en mi culito, y la sentía tan rica, a la vez que su dedo en mi duro y pequeño clítoris me enloquecía. Me tenía realmente desatada.
– Mete tu lengua más, por favor, métela más… – Le dije sin importar que el señor Manuel nos estuviese escuchando.
Su lengua penetraba mi culo, y su dedo me hizo explotar.
– Siente cómo me corro, cariño, siéntelo- le dije entre gemidos, mientras mi ano latía de placer y mi clítoris estaba llevándome a un orgasmo colosal.
Estaba extenuada, pero le pedí que se tumbara a mi lado y me besara. Y así estuvimos menos tiempo del que me hubiera gustado, porque se colocó entre mis piernas de rodillas, y con su polla tiesa me penetró sin ninguna resistencia por mi parte. Un escalofrío de placer recorrió de mi cuerpo, y, sin apenas tregua, estaba de nuevo a mil. Otra vez jadeaba, y mi dedo acariciaba el clítoris. Nuevamente llegué al orgasmo, pero él seguía sin correrse.Se quedó dentro de mí mientras me besaba, y mis contracciones iban bajando de intensidad, pero sintiendo como la dejaba hasta el fondo. Era tan maravilloso sentirla así a pesar de haberme corrido dos veces.
Recuerdo que al principio de tener relaciones con José, después de correrme, me m*****aba seguir haciéndolo, y tenía que parar un par de minutos. Pero ahora disfruto tanto repitiendo.
José sacó la polla empapada por mis flujos, y apoyó la punta en mi culito.
– Quiero que te toques para mí, y meterla dentro de tu culo.- Me dijo en voz alta, pretendiendo, claramente, que el señor Manuel lo escuchase. Normalmente nunca lo hablaba, y, cuando apoyaba en el ano, ya sabía yo que quería jugar un poco por detrás.
Mis dedos acariciaban mi clítoris, y su glande apoyó en la entrada de mi ano. Poco a poco mi excitación subía, y se fue abriendo, entrando sin que me diera cuenta dentro de mí. Se quedó quieto un instante esperando que me dilatara más. Y cuando me quise dar cuenta, ya estaba todo su polla hasta el fondo de mi culo sin ninguna m*****ia.
Sentía que un nuevo orgasmo estaba a punto de llegar, y José empezó a moverse con cuidado de no dañarme. Tenerla dentro de mi culo y verle tan excitado me hizo llegar rápido a un nuevo a correrme, hasta el punto que mi marido no aguantó más, y descargó dentro de mi culito.
Salió lentamente de mi interior, y mi ano se cerró para no dejar salir ni una gota, quedando tumbados uno al lado del otro, mientras yo le acariciaba su sudorosa frente. Su respiración fue ralentizándose, hasta quedar dormido en una apacible siesta.
Apoyé un pañuelo de papel en mi culo para no manchar nada, y me senté en el aseo a expulsar el semen. Luego me lavé en el bidé, y fui a tirar el pañuelo de papel a la basura, pasando por delante de la puerta del salón desnuda.
Al volver, allí estaba el señor Manuel sentado en el sillón frente a la tele, con el sonido bajado, y una revista sobre su tripa y pantalón.
Me asomé desnuda frente a la puerta.
– Pensé que dormía la siesta. ¿Le hemos despertado?
– No, todavía no me había dormido. ¿Estás bien, María?
– Estoy genial.- Le dije hablando bajito para no despertar a nadie.
– Me alegro. Se te ve muy bien, solo estaba preocupado.
– ¿Y eso por qué?
– Me pareció oír algo de que José quiso hacerte algo… – Y entrecortó la voz, como el que estaba metiendo la pata.
– Perdona, María, no es de mi incumbencia.
– Ah, ya sé a que se refiere. Tranquilo, ya le contaré con más calma, pero eso, bien hecho, puede ser muy placentero.
Me acerqué a él para darle dos besos.
– María, corre a descansar con José.- Y me dio dos besos rápidos todo nervioso.
Y salí del salón mostrándole también mi figura por la parte de la espalda y las nalgas.
Nos despertamos rápido de la siesta, y nos vestimos para dar una vuelta. Y al señor Manuel sí que le despertamos al entrar en el salón.
Esa tarde no nos acompañó y se quedó en casa viendo deportes. Nosotros aprovechamos para hacer unas compras en un centro comercial, donde por lo menos no hacía tanto calor, y volvimos pronto para preparar la cena y que José pudiera ir a trabajar.
Como otras noches, José se fue a duchar y afeitar, y nosotros nos quedamos en la cocina preparando una cena temprana.
Acabamos de cenar, y mientras José acaba de prepararse, yo le preparé algo de comida y bebida fresca para llevar, mientras el señor Manuel me ayudaba a recoger la mesa.
– Bueno, chicos, disfrutar la noche, a ver si hoy no calienta tanto.-
Y al salir nos guiñó un ojo al señor Manuel y a mí, haciéndonos sonrojar. Le di un beso, mientras me susurraba al oído antes de irse:
– Te doy permiso para disfrutar…- Y se alejó cerrando la puerta de la calle.
(Continuará).